“No somos ricos, tampoco conocemos la miseria; la riqueza es el trabajo y por ello un poderoso elemento de prosperidad es la inmigración. Ella poblará el desierto y asegurará las fronteras; es necesario que el inmigrante penetre en el interior del país. La venta de tierras públicas facilitará su asentamiento”, tesis de la época.
Argentina en el año 1869 tenía 1.737.000 habitantes. Pasamos de ser el país con 82% de la población analfabeta a ser una de las 5 potencias mundiales, ¿Y cómo? En 1864, la economía creció impulsada por la demanda externa. La explotación de las tierras en la región pampeana produjo el crecimiento económico. En ese año las exportaciones alcanzaron los 30 millones de pesos oro. «Para 1880 ya eran 72 millones de pesos oro, en 1890 fue de 74 millones. A partir de entonces el crecimiento fue asombroso. En 1900 alcanzó 157 millones de pesos oro, en 1910 382 millones para en 1920 llegar casi a los mil millones de pesos oro. La tasa de crecimiento en los períodos decenales fue: de 1871 a 1880 del 43 %, de 1880 a 1890 del 0,27 %, de 1890 a 1900 del 117 %, y de 1900 a 1910 del 143 %«. (Roberto Cortés Conde, 1968)
En 1888, con la aplicación de la fórmula “gobernar es poblar” de Juan Bautista Alberdi, la población había crecido a 8.000.000 de habitantes, de los cuales sólo el 20% no sabía leer. ¿Cómo se logró? Durante casi 20 años, entre 1869 y 1888, se mantuvo una política de Estado que tenía como meta terminar con el analfabetismo. El primer país en el mundo que logró un sueño semejante no fue ni Canadá, ni Alemania, ni Francia ni Estados Unidos: fue la Argentina. (Abel Albino, 2009)
“La inversión pública en educación y capacitación aumentó la productividad de los trabajadores y les dio más libertad de elegir.”
La teoría del capital humano supone que “la educación eleva la productividad de los trabajadores. Como los salarios están relacionados con la productividad, esto es tanto como decir que la educación logra elevar el salario de los trabajadores. En estas condiciones, el individuo concibe la educación como una forma de inversión. Renuncia a ingresos hoy para obtener mayores ingresos el día de mañana”. Cuando en realidad, más personas recibiendo educación más alta no se traduce en que sus elevadas capacidades resulten en un crecimiento de la productividad.
Un nivel superior de educación puede tener efectos muy importantes para la persona y para la sociedad, aunque no se traduzca en productividades crecientes y en más ingresos personales. (IESE – Universidad de Navarra, Antonio Ardogaña, 2016)
Debemos pasar a un sistema de competencia entre colegios. Dentro de sociedades libres la cooperación tanto como la competencia se deciden de forma voluntaria. La competencia, o la posibilidad de la misma, estimula o incentiva a trabajar bien, a ser eficiente, a mejorar, a innovar. Hay que innovar en las competencias del siglo XXI: pensamiento crítico, creatividad, comunicación y colaboración. Aún estamos evaluando con pruebas con alternativas, cuando en Inglaterra se piden ensayos críticos.
La educación y la formación ayudan a prevenir la pobreza y la exclusión social. El desafío está en modernizar la educación superior de modo que siga el rápido ritmo de transformación del entorno y haga posible volver a aquello que nos hizo grande alguna vez. Me remito a mi artículo “El individuo y su rol en la construcción de la prosperidad” donde resalto que las poblaciones han olvidado aquellos valores que permitieron la liberación de la pobreza; ¿cuáles valores? El ahorro y el trabajo.
Muchos hemos escuchado a algún amigo decir “Hay que volver a nuestras raíces, a aquellos valores que han enseñado a mis abuelos. La cultura del sacrificio y ganarse el pan cada día con el esfuerzo”, ¿acaso hoy no se transmite? Nuestros abuelos ya estaban convencidos que el progreso a través del sacrificio era una realidad de todos.
También hemos escuchado que la cultura del esfuerzo reside en la mentira, porque “si todo esfuerzo obtuviera su recompensa, ¿cómo sería posible la existencia de tanta desigualdad en el mundo?” Vamos a un extremo, no es que en los países africanos no se esté esforzando nadie; en este caso debemos mirar a los gobiernos y sus instituciones, el Estado.
Hoy estamos pensando en que Argentina tiene su tiempo contado y que tal vez nuestros hijos no vivirán en esta tierra corrompida.
El 32% de la población argentina es pobre, incluyendo a los chicos menores de 14 años, aquellos a los cuales no se le da una educación de calidad (a veces ni siquiera de mala calidad), aquellos que no tienen una alimentación adecuada, y tampoco les estamos asegurando de si tendrán un mejor mañana.
Se ha convencido a gran parte de la sociedad que el Estado es un amigo que te va a dar todo aquello que no logres conseguir por propio esfuerzo; cuando el esfuerzo individual y colectivo es imprescindible para el crecimiento y progreso social.
Nuestro desafío como liberales está en hacerle ver al ciudadano aún no identificado con nuestras ideas que ellos pueden desarrollarse sin depender directamente del Estado, “el hombre, el individuo, siempre ha sido, y necesariamente es, la única fuente y fuerza motora de la evolución y el progreso. La civilización ha sido una continua lucha de individuos o grupos de individuos en contra del Estado[…]” (Emma Goldman, Individuo, sociedad y Estado)
El desafío para el próximo presidente argentino será recuperar aquel país que asombró al mundo.