Cambiemos, la coalición política inscrita para competir en las elecciones nacionales del 2015, nace como “el deseo de cambio” de millones de argentinos. La ambición de deshacerse de una facción política que imperaba en el poder. Representó una ruptura con el pasado. Pasó de ser una coalición a ser un partido.

Luego de la incorporación de Miguel Ángel Pichetto como candidato a vicepresidente, la coalición decidió modificar su nombre de “Cambiemos” a «Juntos por el Cambio». La intención de sumar a Pichetto era que el frente fuera camino a hacer una alianza que incluyera también, dirigentes peronistas que compartieran esta idea de un nuevo modelo de país.

Actualmente, Juntos por el Cambio constituye una oposición fragmentada (aunque también lo fue por aquel entonces). Se desarrolla como un frente opositor sin agenda unificada, al que ahora le pesa la ausencia de un liderazgo que pueda posicionarlos nuevamente como una alternativa política seria.

En este último tiempo, resurgen dentro de sectores del peronismo y la UCR, personajes particulares, algunos cuentan con mucha popularidad en un sector de la sociedad y otros con menos pero con estructura que le ayudan conquistar un lugar en la lista.

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 No es posible una Argentina sin peronismo. La identidad peronista ha ido mutando a lo largo del tiempo y evidentemente el peronismo marcó a la Argentina. Están en disputa dos modelos. Uno que ve a la democracia como el diálogo y el acuerdo entre distintos, y por lo cual debe existir un pacto de convivencia. Y el proyecto nac&pop, que tiene al frente a Cristina Fernández de Kirchner, el cual no expresa un proyecto de país, sino un proyecto de poder.

En el país que se viene, radicales y peronistas no serán los que dominen el escenario político. Será entre kirchneristas y peronistas más republicanos, que ven a la derecha y al capitalismo como sinónimo de progreso.

Para algunos la grieta tiene un origen claro, la creó el kirchnerismo y son los que la mantienen viva. Considero sin embargo que es Juntos por el Cambio el responsable de mantener aún esa separación. El fenómeno de la grieta le funcionó mucho mejor a ellos. La grieta es fomentada por quienes te venden que está en juego el sistema político en el que queremos vivir.

En Argentina, la derecha conservadora comienza a ser protagonista, inició el debate y vinculó a la ciudadanía con ideas “claras”, las del sentido común. Hoy es el momento de un pacto entre conservadores y progresistas. Ver una alianza de Juntos por el Cambio con un sector del liberalismo les garantiza estabilidad dado que se puede avanzar con políticas más audaces.

Y como mencioné, hace casi un año, llegó el fin a estos emprendimientos políticos con ideal liberal/libertario. Destruidos por las estructuras tradicionales o terminaron por hacerse humo en el instante en el que se opacó al dirigente que le dio vida al proyecto político.

Lavado de cara

En la búsqueda de “ampliar” y bajar la imagen negativa, quedó abierta la discusión por la posibilidad de modificar el nombre luego del desfile de nombres de quienes se incorporarán al nuevo frente opositor. Y no fue casualidad que lo llevara a la mesa Horacio Rodríguez Larreta. Más allá de refrescar la marca coincide con su estrategia de mostrarse contrario a la grieta y apuntar al centro del electorado. Rodríguez Larreta está dispuesto a seducir a otras adyacencias conservadoras del peronismo.

Los vínculos de Rodríguez Larreta con Frigerio, Lousteau, Javkin, entre otros. Es parte de la apuesta que hace toda la dirigencia que se referencia en el ex titular de la Cámara baja, Emilio Monzó, ahora empeñado en construir su espacio bonaerense. De ahí los lazos con los sectores conservadores del peronismo y un contacto recurrente con el exministro de CFK, Florencio Randazzo.

Horacio insiste con la “necesidad de terminar con la grieta”, no sólo para ganar las elecciones sino principalmente para gobernar y la intención de incorporar espacios. Por eso, el trabajo que se tiene por delante tiene que ser una evolución de la marca, un llamado a la acción. 

Es ahora donde debe producirse el proceso de evolución (o degradación) de la coalición, y las urgencias y diferencias que atraviesan opositores hacen crujir el bicoalicionismo. Hay una sociedad expectante.

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